Se nos fue Tamplin
Imagen tomada de la galería de Carolina
Se ha hablado mucho sobre mí... Me han condenado y lanzado piedras hasta romper cada capa de impasibilidad que me escudaba. A tientas comprobé que los prototipos de magnificencia de la sociedad relega a “los menos afortunados”, como misericordiosamente denominan a los pobres como yo. Estos opulentos miserables pertenecen a las grandes esferas de estulticia, donde supedita la más ruin y cicatera senil, llamada la nana Tamplin, quien ha escupido, lanzando asquerosamente su espumarajo sobre mi dignidad. En el mundo longevo, conocido por la fragilidad y sabiduría carcamal de los abuelos, reina la más sablista y lapidadora anciana que por infortunio de la vida tuve que cuidar. Aún recuerdo sus repugnantes hábitos de roñosa y cuentista. La vieja hubiera tenido unos setenta y dos años, más o menos, pero ningún buen ser humano sobrelleva la idea que en el mundo exista tanta maldad como la de este ser... Fue así que impertérrita y decidida a liberar a todo aquel desgraciado, despedí para siempre a la vil y ruin nana Tamplin.
Todavía me desvelo pensando, sin remordimiento alguno, en lo inerte que se veía reposando en su cama de elegantes cobijas, ignorando la idea que a la mañana siguiente ya no volvería a ver a sus adorados gatos. Y justamente cuando resolví presionar la almohada contra su rostro, consideré que no podía sufrir más… Así que me alejé laureada por la muerte que había propinado solo con el pensamiento.
Todavía me desvelo pensando, sin remordimiento alguno, en lo inerte que se veía reposando en su cama de elegantes cobijas, ignorando la idea que a la mañana siguiente ya no volvería a ver a sus adorados gatos. Y justamente cuando resolví presionar la almohada contra su rostro, consideré que no podía sufrir más… Así que me alejé laureada por la muerte que había propinado solo con el pensamiento.
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