El apostador


¡Es una bocaza!, la representante corpórea de las que vuelven una y otra vez, sin importar cuanto duela. Aquella que recoge desesperadamente los puzzles que su jugador “preferido” ha esparcido intencionalmente por toda la estancia. Y en una esquina, sonriente y complacido por los manotazos de ahogada que pega la víctima, entresaca de sus vestiduras la pieza que le permitirá regresar a la partida cuando le plazca. Se divierte, apuesta, hasta se otorga licencias para involucrarse en otros juegos, con las más cercanas e inexpertas, pero desafortunadas ganadoras. En realidad no lo conocen, apenas se comparten historias, que según la consejera de turno; no son más que relatos fuera de contexto para impresionar. Alza su copa, vino barato que reposa en la más elegante botella, percibe el aroma para brindar por el último juego de la noche y, sutilmente fija la mirada en aquella chiquilla, sí esa que acaba de ingresar por primera vez a un bar. Él lo sabe; su instinto de animal irracional se activa ante la temerosa presa, que sin advertir, queda atrapada en los encantos de su cazador, que no son más que enredos del azar. Recostado sobre la barra con un traje algo formal y, un aire de apasionado incorregible por una aventurita más, saca de sus bolsillos una foto y, ruborizado ante ella, logra mencionar…


     -Una más, solo una más y juro parar. Salud


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