La puritana disoluta
Y le dije: "Te bebí, sí, exactamente eso"… te bebí hasta saciarme, degusté cada partícula de tu elixir, mezclado con una extraña esencia de recuerdos nebulosos. Aunque resulte misteriosamente contradictorio recordé aquella época en que deslizaba la mano sobre un achacoso diván rojo; ese taciturno y obcecado cómplice que nos acompañaba, como si de un fiel atestiguante se tratase, observando sigilosamente la pasión que sucumbía entre las desgastadas paredes que yacían empapeladas de prejuicios, morales desvestidas y puritanas disolutas. Te fumé, sin precaución alguna, hasta perderme entre los montículos de nicotina, bendito vicio infaltable de la semana . Me extravié a través de la fumarada que despedía melancólicamente por toda la estancia hasta que gradualmente arribaba sobre unas largas y ajenas pestañas, manto majestuoso de esos perspicaces ojos que, sin advertir me acechaban desde el recoveco del mismo canapé rojo, donde retozaba entre mi regazo; uno